14 de agosto de 2013

Prólogo parte 5: La razón y la promesa.

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Partes de este capítulo:
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Dunas del desierto de arena en Maspalomas estrellas de la Vía Láctea en la noche Gran Canaria photomount Foto de archivo - 15116406
Una noche en Jonovia, era un tiempo en donde las sombras se hacían más cercanas a lugares en donde la luz reinaba en el día y los lugares de mala muerte, la corrupción, el robo y el asesinato eran posibles en una noche. A pesar de esto, lo peor no era los sucesos que realizaban aquellos crueles ladrones y asesinos seriales sino lo que les esperaba si había algún guardia del ejército a esas altas horas. En aquel clima de ataques continuos por parte de los rebeldes del oeste y de la delincuencia continua, el representante del rey, por un decreto, permitió a todo soldado que viera un hecho delictivo, asesinara al que lo provocó sin culpa alguna. En un principio, la población aceptó esta medida. Las noches a partir de ahí fueron más seguras pero el costo de vida fue dramático. Uno no sabía si era mejor que un asesino matara a un hombre o un soldado torturando cruelmente al asesino antes de su ejecución.

En una de las numerosas de las calles de Sudd, dos desconocidos viajaban en silencio, tapados completamente para evitar sentir el frío de la noche. Llegan al final de las calles y en donde terminan los últimos edificios para que se deje ver un amplio desierto que se extendía unos kilómetros hasta que se veía un lago a lo lejos. Los desconocidos, al ver que estaban distantes de que cualquier persona los descubra, uno de ellos se quita la máscara de médico mostrando su verdadera identidad. Era Anaarq y a su lado estaba la mujer que lo acompañaba.
A: Qué buen escape hemos hecho. Un momento, ¿eso de allí es el Lago Oasis?
I: Sí, lo es.
A: Vamos en la dirección equivocada, tenemos que ir al oeste, a mi pueblo.
Anaarq se da media vuelta y toma una distancia de la mujer pero esta le dice con fría sangre:
I: Ya no hay un pueblo a donde volver.
A: No te entiendo... ¿A qué te refieres con eso?
I: El hilo del tiempo ha cambiado de nuevo la dirección
A: ¿Cómo? ¿Por qué?
I: El oráculo fue claro en lo que dijo: para obtener la victoria teníamos que matar a Masaia.
A: Y si lo hicimos, ¿no? Ese era Masaia.
I: No te equivocas en eso pero en mi visión no he visto que ningún soldado y menos un general, interferiría en nuestros planes abriendo aquella puerta.
A: ¿No predijiste eso? Pensaba que tus dotes como visionaria eran invencibles.
I: No del todo Anaarq, el poder de ver el futuro siempre tiene puntos ciegos en donde no puedo predecir. Tal parece que este Xenón aprovechó ese punto.
A: ¿Y esto que tiene que ver con mi pueblo?
I: Si no nos hubieran visto, ellos se confundirían con que fue un atentado de un gremio de asesinos y no que fuimos nosotros. Pero como nos vio... ahora...
La mujer quedó en silencio por un momento. Anaarq se acercó hacia ella y le dijo:
A: ¿Qué pasará?
I: Tu pueblo ya está condenado. El ataque ya es tomado como un intento de desestabilizar la gobernación. Nadie había asesinado a un general así. El reino tomará una acción a todo esto y las consecuencias serán atroces.
Anaarq pensó un momento y le dijo: 
A: Entonces debo ir allí y advertirles. Es mejor defender que huir.
I: Eso es sabio, pero es también insensato, ya están moviendo tropas al oeste, ya es tarde. Gracias a que descubriste tu identidad te estarán buscando en la mañana y te seguirán naturalmente por el occidente. No te queda opción más que ir al este
Anaarq, reflexionó cerrando los ojos y respiró hondo. Abrió los ojos con un sentimiento de melancolía diciendo:
A: De acuerdo, ¿cuáles son tus planes?
I: A pesar de no poder salvar a tu pueblo puedes salvar a otros que están por nacer por la misma causa que seguimos.
A: Sigue.
I: Para eso deberemos asistir a una reunión en el este.
A: ¿El este?
I: Sí, allí se están tomando decisiones importantes y tendremos que ir.
A: De acuerdo. Marchemos hacia el este.
Reanudaron su marcha hacia el Lago Oasis y mientras caminaban, hablaban.
A: ¿Habrá algún superviviente?
I: Hasta ahora sólo habrán unos pocos que huirán a Claysolderia y otros a Colonias Dispersas.
A: Juró que vengaré a mis compañeros que en el futuro morirán a causa mía. Algún día lo haré.
I: No te guíes por una venganza. Dificultará tu camino cuando llegue el momento.
A: Por cierto, nunca supe tu nombre ¿cuál es?
I: Por ahora mi nombre no es importante, ya que, ¿quién lo recordará de aquí a cien o mil años? Mi destino ahora es corregir el camino de este mundo para luego desaparecer, Anaarq. Una vez completada la tarea, no me verás más.
A: Prométeme algo antes que nada.
I: ¿Qué?
A: Si me pasa algo y estoy mortalmente herido, quiero que me digas antes tu nombre.
I: No.
A: Vamos, prométeme o te juro que nunca moriré a menos de que me lo digas y entonces no habrás terminado conmigo.
I: Qué obstinado eres Anaarq. Bueno, prometo por la luna que alumbra este desierto que el día en que estés cerca de la muerte o mi trabajo contigo haya terminado, te diré mi nombre.

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